El año pasado, no recuerdo bien por que fechas, le comenté a mi APA que en el Centro de Recuperación de Fauna Silvestre de mi trabajo, estaban dándole biberón a un pequeño Erizo moruno, para los aficionados a la fauna (Erinaceus algirus), pues a éste, lo habían traído al centro, algún ciudadano que lo encontró desvalido, pues seguramente su madre fue atropellada en una de tantas carreteras que cruzan la isla.
Le contaba, como el animalito, a pesar de ser silvestre, se había acostumbrado a los cuidados de mis compañeros, que lo lactaban, y jugaba como si fuese un perrito, sin hacer daño con sus afiladas púas, siguiendo el juego detrás de mi mano, incluso, lamiendo y chupando el dedo meñique de la misma. Este bicho, pasado el proceso de lactancia, tendría que pasar por otro, en este caso, de alejamiento de los humanos, para que se recuperara y poder ponerlo en libertad.
Mi mujer perpleja no perdía detalle de aquello que yo le explicaba, y antes de que yo pudiese acabar me preguntó con asombro:










